domingo, 24 de febrero de 2013

EL TÍTULO DE ROSA ZAMORA.


Un amigo cientista social me  escribe para adscribir a mi posición y señalar que en la entrevista del 17 de febrero, el título es totalmente inadecuado.

No estoy de acuerdo. Hay que leer la entrevista como un texto cerrado, en que el título delimita la propuesta de lectura de su autora. Y en la retórica visual del diario, la construcción del título sigue las normas de la crónica roja. (Una crónica roja está destinada a hacer correr ¡la tinta! Hace de un residuo, todo un acontecimiento). De este modo, el enunciado anima un protocolo de lectura que establece una tram(p)a inicial, sin la cual no es posible el acceso a una intriga cuyos términos están definidos por su contrario: lo que más detesto de Valparaíso es la picantería. Porque la afirmación anterior abre la pregunta subterránea acerca de lo que  más me gusta. La respuesta está desplegada en el desarrollo de la misma entrevista. Sin embargo, en lo inmediato eso no es lo que importa, sino el carácter del anzuelo de la literalidad.

Rosa Zamora concibe su reportaje como una pesca desde el muelle. En su ficción, sabe perfectamente cual es la coherencia y la tensión selectiva de su línea, que opera como un trazo que coloca sus argumentos en proporción invertida a lo q ue pretende pescar. En este sentido, los argumentos-peces reclaman a un pescador atento, que espera saber qué es lo que viene en la línea del título, desplazando su lectura hacia  lo que viene acarreado.

¿Cuál es la picada? El reverso de la picantería que está desplegada en las citas relativas a la existencia de una “clase” intelectual portadora de una lucidez analítica, pero que carece de poder político; es decir, cuya mirada no posee efecto de poder. Lo cual indica que el título de Rosa Zamora es mucho-más-peor, por lo que sugiere por omisión; lo que equivale a declarar que en la ciudad existe una disociación crítica entre el modelo de pensamiento de su capa intelectual más avanzada y la gestión terminológica de los operadores políticos locales.  En concreto, entre los sectores más preclaros de la sociedad civil y los  empleados subalternos de la sociedad política, si se quiere. Lo cual es mucho más grave, por cuanto el saber de la franja más ilustrada de la ciudad es puesta fuera de juego por el saber de los agentes de manejo de las condiciones de su propia sobrevivencia. 

Veamos, en esta ciudad: ¿qué busca un operador, además de ser el “pingo” de alguien, sino reproducir el modelo de la picantería como dispositivo de control y vigilancia de las intensidades averiadas de sus habitantes? Esto se llama, simplemente, tráfico de  vulnerabilidades. Lo cual, de inmediato, establece una distinción de saberes en que los procedimientos autorreguladores del funcionariato  diluye los efectos que podría tener la analítica de los intelectuales.

En definitiva, a lo que apunta el título de Rosa Zamora es a la fragilidad de la analítica local y a la ausencia de su efecto de poder.  Sin ir más lejos, existe un saber de la producción territorial que ha sido elaborado en una zona de independencia y autonomía intelectual,  que no es recogido por la conducción de la sociedad política local. Una situación similar tuvo lugar cuando la Escuela de Arquitectura de la PUCV se opuso a la “vía elevada”, en 1969.  ¿No se está repitiendo una situación similar, en torno al debate sobre el destino del borde costero? Los saberes de la sociedad política y los saberes de la sociedad civil se enfrentan. Ya se puede entender la dimensión que adquiere la vulnerabilidad de la intelectualidad local. Prefiero usar esta palabra, para no tener que hablar de una derrota anunciada.

En estos días releo lo que escribe Pasolini en Cartas luteranas, libro que reúne los últimos escritos en la prensa, antes de su asesinato en 1975. A lo largo de éste  hace una distinción entre lo que ocurre “dentro del Palacio” y lo que ocurre “fuera del Palacio”. A los operadores, y cito a Pasolini, “lo que importa realmente es la vida de los más poderosos, de los que están en la cúspide. Ser “serio” significaba, al parecer, ocuparse de ellos. De sus intrigas, de sus alianzas, de sus conjuras, de sus fortunas y, por último, también de su modo de interpretar la realidad que hay “fuera de Palacio”; esa realidad enojosa de la que en último término depende todo, a pesar de qe sea tan poco elegante y justamente tan poco “serio” ocuparse de ella”.

Rosa Zamora lanzó la línea pensando en grande y obtuvo de regreso que picaran aquellos que son las verdaderas y estrictas víctimas de la picantería. Lo realmente grave es que sean las propias víctimas que  se ofrezcan voluntariamente para defender a aquellos que producen su victimalidad, ya que  de ellos depende mediante un aceitado y no menos perverso sistema de subsidios diferidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario