viernes, 12 de abril de 2013

Pintura Mural (2)


En Pintura Mural (1) expuse algunos elementos críticos sobre la génesis de Museo a Cielo Abierto. Eso que ocurrió a comienzos de los años noventa, cuando no se instalaba el CNCA, ni tampoco había tenido lugar la introducción de la palabra patrimonio en el léxico de la discusión pública, no tiene directa relación con el desarrollo de la pintura mural posterior.  Sin embargo, contribuyó de manera indirecta a la forzada y voluntariosa “invención” de un muralismo porteño que hoy es responsable de un grave deterioro de imagen-ciudad.

Tenemos dos etapas: la primera, institucional, en que la palabra Museo define el anclaje de una tradición problemática. En efecto, antes de Museo a Cielo Abierto no es posible relacionar a Valparaíso con la precaria  historia del muralismo chileno.  Lo que hay, son esbozos de muralismo brigadista, ligado a las campañas electorales de la izquierda.  La segunda etapa obedece a la acción dispersa y diversificada de animadores gráficos que aparecen luego de avanzados los noventa,  en  paralelo  con el carnavalismo callejero.  

Hago una distinción operativa y metodológica. Existe, por un lado, la pintura mural, con diversos grados de oficialización. Existe, por otro lado,  lo que denominaré animación social gráfica.  En los grados de oficialización podemos situar a aquellos artistas que obtienen de parte de la autoridad municipal y de algunos privados, la autorización para realizar pinturas murales.  Esta autorización no responde a ninguna política pre-establecida, que dependa, por ejemplo, de un comité de calificación competente, que podría al menos someter a discusión los proyectos.   

La  animación social gráfica corresponde a acciones de pintura realizadas, a veces con autorización, por animadores culturales que toman la pintura mural como una herramienta identitaria  en sectores  vulnerables. En general, se trata de proyectos de decoración de espacios barriales,  tomando como  soporte  los muros  de bloques de edificios, en los que se  relata las diversas representaciones  de las luchas y de la vida cotidiana de la  comunidad  cercana.  Generalmente, como producto final de un proceso de comunicación  que relaciona a grupos de animadores externos con la  comunidad. Suele ocurrir que estos grupos  busquen  espacios comunitarios fácilmente convertibles en excusa para el desarrollo  de fondos concursables,  que  al final de cuentas solo  favorecen la sobrevivencia del propio grupo que presenta el proyecto, en el marco de una  demagógica  estrategia de participación.   

Sin embargo, la mayor parte de las veces, la animación social gráfica  corresponde a operaciones autónomas e individuales de ocupación del espacio público, sin autorización alguna, aunque con el consentimiento relativamente forzado de la comunidad.  No queda muro de cierre de un sitio no habitado que no sea objeto de pintura mural, porque los animadores de pintura  deben imperiosamente  firmar  la apropiación de un espacio al que  simbólicamente no se le  reconoce  propietario.  Acto seguido,  ejercen su dominio gráfico sobre muros de viviendas habitadas,  para poner en duda la permanencia de sus moradores,  haciendo evidente la existencia de un síndrome  de abstinencia  inscriptiva,  que se traduce en  la representación de una amenaza, también simbólica,  encarnada por este  “otro”  cuya acción política consiste en  perturbar  el deseo-de-casa existente. 

Los animadores gráficos se organizan en bandas de gran movilidad, sabiendo que operan con la impunidad de un  una pequeña horda semi-clandestina,  haciendo ostentación  del dolor de su in-inscripción social básica.  No es que sean excluidos por el sistema,  sino que se desmarcan de las exigencias básicas de una vida en común, pero manteniendo relaciones  de extorsión  de baja intensidad con una autoridad  temerosa de todo conflicto. 

La  animación social gráfica  exhibe  su determinación  iconográfica desde la tradición del comic. Todo esto depende de la procedencia de las  tribus juveniles  en las que dicha animación adquiere expresión.  Sobre todo si tomamos en cuenta el japonesismo aimara de corte  neo-village (me refiero a la estética de las tarjetas de saludo).  Los artistas autorizados para hacer murales, en cambio, aspiran directamente a ser reconocidos como tales por la oficialidad del arte, cuya gloria les ha sido hasta el momento esquiva.   En los autorizados, el muralismo sería una vía paralela para acceder a una “posición intermedia mejorada” en el sistema nacional de arte. Lo cual es ilusorio en la medida que en este sistema, el muralismo adquiere el estatuto de una práctica  que ha quedado fijada en una concepción perimida de arte público.  Y lo perimido tiene que ver con el efecto del  desarrollo de las fuerzas productivas de la industria de las comunicaciones en la construcción de imagen de lo público.  

Si lo anterior fuera una operación eficaz, al menos tendría que tener un resultado mayor en la lucha por el reconocimiento en el seno del sistema de arte.  Ahí viene  la astucia de los muralistas autorizados para refutar la legitimidad del sistema de arte  -por santiaguino- en la  distribución de su  reconocimiento, porque  saben que no les queda otra solución que concentrar su acción en una ciudad en la que no se le hace  mayores exigencias formales ni sociales.    

Por esta razón,  se hace necesario  regresar al análisis de los logros del  muralismo histórico en la escena chilena y estudiar sus proyecciones y limitaciones, antes de la aparición del muralismo brigadista.  No es posible meter a todos en un mismo saco.  El brigadismo pertenece a otra historia.  Incluso, con la Brigada Chacón Corona  se reformula el peso de la letra en la representación de la “ciencia de la consigna”, regresando al muralismo de los orígenes.  De manera inconciente, sobre una cinta de papel que corresponde a los restos de un rollo  de imprenta,  se instala la pregunta por el papel de la pintura y de la letra en la historia de la representación (de la) política.  Aún así, es el síntoma de una nostalgia  del  papel periódico primordial  en  que  fue impresa la sinonimia perdida entre andamiaje partidario y periódico partidario.  

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