miércoles, 17 de abril de 2013

Pintura Mural (4)


En su texto del 2005 Pedro Sepúlveda le da duro a Siqueiros. Tiene razón. Vino en otro contexto. Tengo un ensayo sobre esta visita problemática que se titula El efecto Siqueiros. Lo subiré a mi página www.justopastormellado.cl como una contribución al debate sobre el muralismo porteño. 

En este instante estoy por terminar la puesta en edición de un libro sobre la restauración de los murales mexicanos en Chillán y Concepción. En mi entrega anterior entregué informaciones sobre los murales de artistas chilenos en ambas ciudades. Pero nadie ha escrito mucho sobre los muralistas mexicanos. Aparte de mis amigos Fidel Torres, Rodrigo Vera y Luis Arias. De hecho, este último ha podido encontrar en el archivo de la Sala de Arte Público Siqueiros en México D.F., un conjunto de fotografías en blanco y negro, que  yo jamás había visto, que reproduce  el traspaso de los bocetos de Siqueiros sobre el muro curvo de masonite que hizo instalar en la biblioteca de la escuela, para modificar la perspectiva.

El terremoto del 27 de febrero provocó el colapso del plafond en la caja de escala del edificio de la Escuela México de Chillán. A fines del 2009 se había entregado la última restauración realizada al mural de Siqueiros. Pero el de  Xavier Guerrero se fue al suelo en la escalera. Entonces se formó  una misión chileno-mexicana que se puso a la tarea de realizar esta  nueva restauración.

Todo empezó cuando un genial ingeniero mexicano de la UNAM –Roberto Sánchez- se presentó en la sede del Consejo de Monumentos Nacionales, porque hacía sido enviado por su universidad a colaborar en las tareas de reconstrucción. Entonces se organizó la primera visita para hacer el primer informe de daños. Luego vino el diagnóstico, la propuesta de restauración, y finalmente, la ejecución de las obras.  Todo eso ha dado pie a un libro que hace algo más que documentar el proceso.

Hasta el 27 de febrero, confieso que jamás le di mucha importancia al mural de Xavier Guerrero. El colapso me obligó a poner atención en su obra, porque ésta había sufrido una especie de ostracismo, porque lo que uno iba a ver a Chillán era, siempre, el mural de Siqueiros. El de Guerrero, más lírico, siempre pasaba a segundo plano, hasta ahora, en que su restauración ha puesto en circulación una formal re-atención en su obra de muralista autónomo.

Valdría la pena organizar viajes de estudio a Chillán, nada más que para ir a ver lo que el crítico norteamericano Lincoln Kirstein declaro en 1942 como la “capilla Sixtina del arte latinoamericano”.  Hay que ir de un día para otro, siguiendo el ejemplo de la barra del Wanderers. Hay que pagar una cuota, contratar  un buen bus, dormir bien, visitar durante toda una mañana los murales y regresar. Es imperativo. De hecho, solicitaré a Pedro Sepúlveda su colaboración para la organización de este viaje de trabajo a conocer los murales de la Escuela México de Chillán.

En la redacción del ensayo que tuve que escribir para el libro que he mencionado, me encontré con un artículo escrito por la propia María Izquierdo, la gran artista mexicana, para una revista mexicana, en junio de 1942. Para la época, si el mural fue inaugurado a comienzos del año, que ya en junio hubiera un artículo sobre el caso es una prueba de lo que este acontecimiento significaba para México. De hecho, en este artículo, María Izquierdo solo menciona el mural de Guerrero. No dice una palabra de Siqueiros. No se pasaban. Siqueiros y Rivera, poco después, votan en su contra en un concurso para realizar un mural. La ningunearon.

Ahora bien: en el mural de  Guerrero hay una situación iconográfica de extraordinario interés, que no puede ser dejado de lado. Un artista chileno  se  hizo famoso en los años ochenta por el empleo de imágenes de plomadas y reglas de nivel. Bueno. El caso es que en el mural de la escuela, Guerrero aprovechó una viga del hall de ingreso para pintar sobre ella una regla de nivel. Bajo esa regla han circulado generaciones de niños y de niñas chillanejas, desde 1942 hasta ahora.

La regla fue convertida en el marco que separa el ingreso entre la calle y el aula. Luego, lo más sorprendente es que a la derecha, sobre el dintel de la puerta de la oficina del director, Guerrero pintó a una mujer indígena, la que en una mano sostiene un compás y en la otra, una plomada. No sé si me explico. Guerrero emplea imágenes que va a buscar al yacimiento iconográfico de la francmasonería.  Ya no es un misterio para nadie que la iconografía del primer muralismo está plagada de estos signos y que Diego Rivera formaba parte de la Logia Quetzalcoatl.

Es decir, la escuela es el dispositivo en el que la regla, el compás y la plomada operan como significantes educativos. El mural en la escuela es una expansión del libro y pone de manifiesto el programa educativo vasconcelista-mistraliano. Estoy hablando de los años treinta, que son años cercanos al arribo de la primera delegación de maestros mexicanos que han venido a Chile a realizar una campaña de alfabetización. El embajador mexicano de la época nombró a los maestro como agregados culturales. Estos se pusieron a enseñar a leer en los campos y fueron acusados de promover principios revolucionarios. El embajador fue declarado persona non grata.  Estos son los antecedentes del arribo de Siqueiros a Chillán nen 1941. 

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