jueves, 6 de febrero de 2014

YO NO BUSCO, ENCUENTRO (2)

Valparaíso en la novela no está presente de manera estricta. Manuel Rojas, ya. Hasta Edwards Bello. Bien. Pero la clase obrera no está en el centro del relato. Las novelas actuales, de jóvenes escritores, no son “novelas de cerro”, sino relatos de  Plan. Por ejemplo, Alvaro Bisama y Marcelo Mellado reproducen la saga de los miserables de la historia, sin entrar en las mitologías de las quebradas. 

En el Subterráneo, Ernesto Guajardo me hace el relato de sus investigaciones autónomas sobre la presencia de los trabajadores en la novelística local. Me reproduce nombres que no alcanzo a percibir. Pero tiene sus notas. Sus apuntes. Y por cierto, la experiencia de edición de los diarios de Alfonso Calderón. 

Ahora, lo que busca es una escritura de la contemporaneidad porteña; o sea, historias de formación que cubran el período sesenta-setenta. 

Bien. Todo depende de cómo definamos novela. ¿Novela de origen? Un poco de teoría freudiana no le vendría mal a las escrituras patrimonializadas (corrección política mediante).  Toda la narrativa porteña, incluidos los estudios académicos entendidos como novela,  se debate entre la ficción  judicializable y la ficción soberanizable.  Se trata de una escritura sobre las condiciones de posibilidad de la escritura. O sea, que relata las dificultades de su propia constitución como objeto de trabajo.  

La poesía en Valparaíso, ya ha sido abordada por Marcelo Mellado en Informe Tapia, tipificando al grupo de Poetas del Litoral, que son unos vendidos a la Dirección General. Siempre hay una dirección general de Cultura, destinada a producir la desactivación de los relatos. Quiero ilustrar esta hipótesis con un dicho de Roxana Miranda en Radio Bio-Bio, cuando le preguntan sobre Peñailillo. Ella dice que él es un experto en desactivar a los movimientos sociales y que así lo había demostrado cuando fue gobernador en la Araucanía. Entonces, las narrativas académicas tienen por función desactivar la radicalidad de los diagramas. 

Entre tanto, Ernesto Guajardo prosigue con el diagnóstico. En el encuentro del Subterráneo, menciona Mundo herido, de Armando Méndez Carrasco, que narra la infancia popular en Valparaíso a mediados del siglo y que de seguro nos entrega más informaciones simbólicas y políticas que las reconstrucciones que ofrece la historia oficial    de los movimientos sociales. 

Pero también menciona Juego de sangre, de Hernán Poblete Varas, que narra la habitabilidad limítrofe de la Plaza Echaurren, sin dejar de proyectar a los contemporáneos como Cristobal Gaete (Valpore) y Daniel Hidalgo (Canciones punk para señoritas autodestructivas), que tampoco toman al “sujeto trabajador” como figura central. En contrario, ha descubierto un cuento de Nicolaz Latuz Ponce (Mañana es otro día), donde describe la vida de un trabajador que vive en el cerro Polanco. 

Al día siguiente de este encuentro, ahora en el Emporio, Juan Luis Moraga (arquitecto) me pone en conocimiento de una novela a la que en su momento de aparición no le puse atención. A tal punto que olvidé que había leído unas reseñas. De modo que ahora me caía el título como una saeta: A tango abierto, de Ana María del Río. En Memoria Chilena hay por lo menos cuatro o cinco reproducciones de reseñas que señalan la importancia de su cometido narrativo, que aborda el antes y el después de 1973 en torno a las vicisitudes de estudiantes de arquitectura de la entonces Universidad de Chile, sede  Valparaíso. Ya he entrevistado al propio Juan Luis Moraga sobre el tema de la construcción institucional de dicha sede en la coyuntura de fines de los sesenta. 


Al final de la mañana, me esperaba en mi oficina del Parque, el dramaturgo Mauricio Barría, que para entrar en materia me hace el relato de su trabajo radiofónico sobre una obra de teatro  de Antonio Acevedo Hernández, El Irredento (1918). He aquí que me encuentro a boca de jarro con el primer relato dramatizado de una huelga general, en Valparaíso. El sujeto que describía por ausencia Ernesto Guajardo me lo traía Mauricio Barría, en un formato de representación crítica del estatuto de la voz, en el teatro, para reproducir el efecto anticipado de una derrota.

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