martes, 11 de febrero de 2014

YO NO BUSCO, ENCUENTRO (3)

Tampoco hay, verdaderamente hablando, relatos marineros. Estoy hablando de las segunda mitad del siglo XX. ¿Que sería un relato marinero? ¿Seguiríamos en la lógica de las novelas polares? ¿Poe? ¿Verne? Todas las expediciones tenían que pasar por Valparaíso. O regresar. Eso es lo que señala Chris Marker en el comienzo de su relato en A Valparaíso (Ivens). Estamos en 1962. Y en 1965 son traídos los cuerpos de los náufragos de la Janequeo

Lo curioso es que el único relato público sobre el naufragio de la Janequeo aparece publicado en una separata de la revista Punto Final. El propósito era demostrar que la oficialidad había abandonado a la marinería. Pero los hechos no cuadran. Los sacrificios de los oficiales que murieron, heroicamente, están allí para desmentir dicha hipótesis. 

Si es por tragedia marinera,  sin lugar a dudas, la que mayor interés podría concitar  es la rebelión de la Escuadra. Pero de eso, apenas, hay novela. El primer estudio en alguna revista naval chilena chilena data, al parecer, de inicios de los noventa. Pero, ¿sería una tragedia marinera? 

Patricio Manns, autor del relato que más se conoce al respecto, publicado por UCV, en 1971,  sostiene que la sublevación pudo haberse convertido en un levantamiento revolucionario. Pero Luis Vitale señala que el comando de la rebelión no pudo o no quiso concretar acuerdos con las organizaciones obreras. Como era de esperar, esta falta de apreciación  los condujo al aislamiento y  a la consiguiente  derrota.  Por su parte, los dirigentes obreros tampoco  supieron aquilatar la importancia de la rebelión de los marineros,  dejando pasar una coyuntura excepcional. Poco le faltó decir que la sublevación había fracasado porque carecía de conducción trotskista. 

Lo que salta a la vista en esta observación es modelo bolchevique de la escritura de la historia, donde todo debe  calzar con la  “matricería” de la insurrección de octubre y el rol de la Fragua de Vulcano. Este último era el nombre que daba Kerenski al cuartel general de los bolcheviques  en el Instituto Smolny.  De seguro, Patricio Manns quiso leer  en la rebelión de la Escuadra un post-facio  deflacionado de Acorazado Potemkin

Hay que recurrir a las fotografías de prensa para reconstruir la tragedia de la Janequeo.. Cuando enterraron a los primeros 19 tripulantes, cuyos cuerpos habían sido recuperados y traídos a Valparaíso, la ciudad entera salió a las calles para seguir el cortejo. El presidente de la república y su ministro de defensa lo encabezaron y caminaron desde la catedral hasta el cementerio numero tres de Playa Ancha. Eso es, al menos, lo que consignan los diarios de la época. Cosa de revisar en la Biblioteca Severín los ejemplares de El Mercurio. Y también, de revista Ercilla. 

Durante la última quincena de agosto de 1965, la ciudad entera sepultaba a los marineros de diversos grados,  cuyos cuerpos eran traídos a medida que eran encontrados en las aguas próximas al sitio del naufragio, en la roca Catedral, al sur de Corral. 

Lo que leo en estas noticias es que se trató de  la última expresión de complicidad cívica entre la ciudad y la Armada. Ocho años después, esa complicidad sería rota. De eso no hay novela.  Todas las huellas han sido encubiertas.  Es decir, lo que tenemos es la novela de un encubrimiento. Incluyendo las marcas residuales que demostrarían la existencia de un campo de prisioneros en Colliguay. 

Alvaro Bisama -en Estrellas muertas- se salta al momento de la deflación existenciaria  del izquierdismo universitario, ya arruinado por  la teoría del frentismo rodriguista.   La narratividad de la ocupación militar de la ciudad no ha sido relevada todavía, porque subsisten los bloqueos epistémicos, en provecho de los pactos de olvido.  

Marcelo Mellado, en La batalla de Placilla, diluye dicho bloqueo y conduce los relatos a sobreponer dos historias de derrotas: por un lado, la del ejército balmacedista; y por otro lado, la del ejercicio de sobrevivencia académica local como recurso de manejo de una inversión discursiva que solo prefigura la ruina del discurso ( de lo) patrimonial. Cuestión que aparece tipificada en el cuadernillo que publicó el Consejo de Monumentos Nacionales, en que consigna los relatos de analistas que se reunieron en Santiago en octubre del 2012 para dialogar sobre la “novela del patrimonio”. 


Particular relevancia adquiere la participación de Fernando Carrión, arquitecto y urbanista (Flacso-Ecuador), quien en medio de una conversación con José de Nordenflycht sostiene que “el ejercicio del patrimonio es poder; tanto que, por ejemplo, cuando se definen los límites de un centro histórico se construye una forma de apropiación social surgida desde las políticas urbanas; es decir, del ejercicio de la política (...) Entonces, el patrimonio es poder, es política y es una disputa de la memoria. Muchas veces se cree que la memoria es algo que está ahí y que es indiscutible, sin embargo es algo que siempre está en estado de querella porque, como dice Mao Tse-Tung en el Libro Rojo: lo que más cambia es el pasado, algo que me parece muy cierto”

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