martes, 15 de abril de 2014

LA CIUDAD DE ARRIBA Y LA CIUDAD DE ABAJO

Buscar responsables mientras la tragedia está teniendo lugar es, más que una indelicadeza, una estupidez política. Hay un tiempo para cada cosa. El presente impone la crueldad de un formato que no tiene parangón en la historia contemporánea de Valparaíso. No solo se han consumido más de quinientas viviendas, sino que se ha calcinado una memoria social específica. No solo desaparecieron varios centenares de inmuebles, sino que se han quemado documentos y archivos familiares sobrecargados de afecto. Un habitante, en cámara, declara que ha perdido todo, y agrega, “no me ha quedado ninguna foto”. De esa historia, ya no hay imagen. Una casa puede ser reconstruida; una foto perdida reproduce en el imaginario la pulsión de un olvido que tendrá que saldar sus deudas con la “invención de un origen”.

Desde mi posición en la dirección del Parque Cultural de Valparaíso he sostenido que el patrimonio de la ciudad se verifica en la corporalidad de sus habitantes. Por cierto, he apuntado siempre a recuperar una definición que no secuestre la patrimonialidad en nombre de la retórica UNESCO. De ahí que sea lícito pensar en lo injusto que resulta que los principales afectados por este siniestro de dimensiones colosales, sean habitantes que no residen en la zona

¿Cual sería la zona? Aquella que ha sido designada apta para recibir la atención de un plan de gestión patrimonial que, en términos estrictos, deporta a los habitantes de los cerros hacia los “paños urbanos” de amortiguación. Toda la ficción del turismo con destino cultural está pensada para satisfacer  a los emprendedores de las industrias creativas.

En ”la ciudad de arriba”,  como la designaba  Chris Marker en el film  “A Valparaíso”, la creatividad está directamente vinculada a la reconstrucción simbólica montada después de la tragedia que ha consumido todas las fotografías familiares.  Lo cual, a su vez, demuestra que esta ciudad está desguarnecida y abandonada por el Estado frente a la “barbarie” del paisaje. 

Hablando sin sublimar la realidad, lo que ocurre es que semejante paisaje es la denominación mitificante de la sequía, que determina el comportamiento de la “cultura de las laderas”. No es un paisaje referente de pintura alguna, sino simplemente la constatación de la falla autoritaria de la Autoridad. La culpa la tendrían los propios habitantes porque no habrían limpiado en forma adecuada  los fondos de quebrada, favoreciendo la propagación del fuego. Pero los habitantes, que pagan sus impuestos, esperan que al menos, un mínimo de cosas de la vida cotidiana, les sean resueltas. Entre ellas, el manejo de la patrimonialidad corporal; es decir, de aquellas condiciones mínimas bajo las cuáles un sujeto puede inscribirse en un territorio. 

Pero la “barbarie” del paisaje se transforma en “cultura” cuando puede, efectivamente, destruirse como paisaje.  El incendio comenzó en un borde del camino La Pólvora, que linda con la amenazante ruralidad porteña, y se propagó hacia “la ciudad de abajo”.

En efecto, es la ruralidad la que cobra el precio de la inconstitución del paisaje, asolando el territorio, afectando la asentabilidad de unos plebeyos que tuvieron que atravesar complejos procesos de soberanización, antes de obtener sus títulos de dominio. 

En esta perspectiva, la destrucción mediante el fuego sería la condición del abandono de la “barbarie”. Paradoja culpabilizadora de la que la Autoridad política no sabría cómo redimirse, porque todas sus medidas para paliar las mermas de la socialización urbana  son estructuralmente insuficientes.  A los habitantes siniestrados solo les quedaría padecer la reparación imposible del olvido, porque han perdido algo más que una fotografía. En cambio, la Autoridad debe construir la imagen que le proporcione  la prueba “tangible”  -y reparatoria- de su propia necesidad.  

Definitivamente, el patrimonio reside en la corporalidad de unos habitantes -inicialmente marginados de la zona-  y que hoy han perdido todos los vestigios de su existencia comoseres de grano (para hablar en antiguo).  ¿Que es lo que reemplaza a los seres de grano cuando una tragedia de tal magnitud ocurre? El grano de la voz, en sentido barthesiano.

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