martes, 20 de mayo de 2014

DELIRIO DE FALK RICHTER EN EL PARQUE CULTURAL DE VALPARAISO

El teatro del Parque impone un rigor. La caja negra de triple altura está diseñada para recibir presentaciones experimentales; al menos, que impliquen un referente en términos formales, pensando siempre en el fortalecimiento de la escena local. Es así como entiendo un tipo de participación específica, referida a la inversión de los agentes en lo que corresponde a la calificación de sus prácticas artísticas. 

El domingo 18 tuvo lugar la presentación de Delirio, obra del dramaturgo alemán  Falk Richter, bajo la dirección de Heidrun Maria Breier, teniendo como elenco a Macarena Teke, Eduardo Herrera y Néstor Cantillana. En esta obra, Falk Richter discute sobre el deseo de ser feliz, de realización personal y de amor en una sociedad multimedia del siglo XXI, empleando el léxico de la administración de recursos y de especulación financiera. 

En términos concretos la relación amorosa es abordada como un problema de inversión de riesgo, para cuya realización es preciso acudir a la figura del coach, que viene a ser un psicoterapeuta a sueldo de las compañías que invierten en normalización asistida, gracias al uso de programas complementarios de salud, ya que en este nivel, FONASA o un programa de pacotilla no son recepcionados. El flujo del deseo sigue la aceleración lenguajera de la especulación financiera. Mientras por otro lado, el espacio de los multimedia construyen la imagen de un sujeto que no corresponde a la realidad de su desempeño afectivo. Para terminar con una especie de “teatro al interior del teatro”, que permite rebajar el alcance de la formación de subjetividades en la Alemania de La Madre Merkel, donde el apellido de la primera ministra es convertido en el  significante político de la desublimación represiva del capitalismo en crisis. 

En situación de crisis, la normalización es un requisito para transformar el miedo compensatorio en una nueva política de las relaciones intersubjetivas. !Que mejor para figurar el desdoblamiento del lenguaje que la producción de sombras proyetadas en el fondo del muro del gran teatro! Las sombras señalan la existencia de una representación fragilizada por el deseo de captura de los susurros, que acercan los cuerpos en el limite de su desfallecimiento. 

No hay más reparación que una simulada reconciliación programada por el coach, que produce la figura del político experto en manejo de situaciones de vulnerabilidad regulada. 

La brillante actuación del elenco,   conducido en parte por la complexión coreográfica de Néstor Cantillana, sostiene  la difícil  tensión de una obra en diversos estratos, porque pone de manifiesto una corporalidad, una gestualidad, una dinámica de movimiento y una proyección vocal que acceden al inventario de una “pantomima”  que termina por convertirse en un efecto de código.  Eso se verifica cuando la producción adquiere rasgos de vaudeville que puntualizan el registro de un doblez estereotipado, mediante largos “parlamentos” en un inglés de instituto-de-lenguas.  La ironización de los formatos recuperan un cierto matiz jazzístico, próximo al zapateo americano,  para servir de fondo de referencia a un forzado y no menos gracioso recurso  arrabalero (fucking, fucking). 

Ahora bien: la “habladuría” bajo efectos del alcohol señala una necesaria invención de un “fuera de cuadro” que se desliza como residuo afectivo,  que solo recupera como certeza la falta de amor. 

Siempre hay un “fuera de cuadro” desde el que se  domina lo real, en el entendido que se sucumbe al imperativo de la distinción de la voz telefonizada respecto del directo de un enunciado que puede remitir a un  olvido de la fuente.  La voz y la imagen incrustada en los diversos formatos multimediales  produce el desencanto en la percepción real del “otro.  El mundo real es el de la vivencia del malestar representacional del otro, que se diluye en una especie de liquidez subordinada al flujo intermitente e intermiable de la pulsión reticular. En el post-capitalismo de las crisis sucesivas las subjetividades son licuadas antes de asumir un estado gaseoso. 

La única concreción de la palabra es la que experimenta el registro de la privada  saga de los hijos malcriados de las segunda post-guerra, que no vivieron la des/limitación zonal del Charlie Check Point. De este modo, entonces, en el texto aparece la lexicografía de las utopías perdidas en boca de sujetos materno-dependientes, para quienes la ocupación de plazas y de las calles es sinónimo de una conquista del poder que conducirá a los especuladores a no ser, en cuarenta años más, más que unas figuras susceptibles de ser exhibidas en un zoológico. 

Si la obra fuera más escueta en el texto, con referencias a un tipo de delirio post-freudiano, podría ser mucho más brutal en la ironización. Pero los distintos regímenes de enunciación construyen una torta milhojas sobre cuya superficie aparecen zonas horadadas, a través de las cuáles se comunican láminas de percepción que devuelven de modo diferenciado las pulsaciones del desencuentro. 


La caja negra del teatro del PCdV fue usada en sus dos pisos, para figuralizar este desencuentro mencionado más arriba, deslocalizando las fuentes de las voces y diseñando la recepción de las sombras proyectadas de los cuerpos, como una anticipación conceptual de la imposibilidad de calce entre el deseo y su representación. 

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