martes, 29 de julio de 2014

MEMORIAS DE LA CENIZA

El jueves 17 de julio tuvo lugar en el PCdV -en el marco de COLOSAL- el lanzamiento de Memorias de la ceniza. Desde fines de abril, con Pablo Aravena, trabajamos esta edición, motivados por la urgencia de escritura desde la Catástrofe. Por eso, extendimos la invitación a más de una veintena de intelectuales locales, que supieron responder con una complicidad evidente, planteada en torno a una pregunta implícita que abordaba las relaciones entre Saber y Poder en la ciudad y problematizaba, al mismo tiempo, las causas de la sordera de la Autoridad frente a las advertencias que ya habían constituido un corpus consistente de documentos y declaraciones. 


La urgencia en marcar el devenir de unas reflexiones señalaba la existencia de una masa crítica que se había convertido ya a estas alturas en una teoría local sobre el desarrollo de la ciudad.  Es decir, había que insistir en la existencia previa no solo de una advertencia, sino de un caudal de conocimiento que no ha sido habido por la Autoridad. De ahí, la distinción efectiva entre Saber y Poder, que pone en situación de excepción analítica las relaciones entre ciudad y universidad. 

De este modo,  la hipótesis que corrió por debajo de nuestras decisiones fue aquella según la cual, sin apertura al conocimiento universitario, la Autoridad se des-autoriza.  

En este sentido, no pudimos haber tenido mejor presentador que Raúl Allard, quien hizo un cuidadoso recorrido por los temas que los diversos autores abordaron. Sin embargo,  hay un aspecto de su propio texto en Memorias de la ceniza que quisiera relevar, porque se conecta con la intervención de Sergio Baeriswyl en el encuentro que tuvo lugar durante todo el día jueves en el PCdV en el marco de COLOSAL, bajo el título La catástrofe de Valparaíso, hacia una planificación territorial integral.  Este arquitecto, Premio Nacional de Urbanismo y que fuera coordinador del Plan de Reconstrucción del Borde Costero (después del terremoto del 27 de febrero del 2010),  abordó un punto que me parece crucial; el que la reconstrucción regional  penquista fue abordada desde la  región, con recursos políticos e intelectuales propios.  Insisto en el reconocimiento de lo propio. No hubo Delegado. Lo cual define el tipo de trato y de credibilidad política entre región y gobierno central. 

Es decir, que un elemento clave de la resiliencia urbana depende de la sostenibilidad de la política local en su relación con la producción de conocimiento. Esta perspectiva de trabajo debiera ser un elemento a considerar en las actuales circunstancias, para re-definir el rango de responsabilidades proyectivas de la reconstrucción; en este caso, de las laderas, por ejemplo. 

Ahora bien: en su texto para Memorias de la ceniza, Raúl Allard se refirió a la necesidad de  entender que la reconstrucción está directamente ligada a la recomposición  del tejido social; pero agregó una pequeña variante a su frase inicial, ya que escribió que no se trataba de “cualquier” tejido social, sino en particular del tejido social de la dirigencia local; es decir, la dirigencia local entendida como un tipo de tejido social que ha experimentado una merma severa. 

No tenemos una lectura de las razones de la merma, pero padecemos sus efectos. Lo que Raúl Allard señala es la gran distancia entre el tejido social de una dirigencia que no debe ser recompuesta -como la generación del 67-  y el de una dirigencia cuya disposición debe ser remendada, para hablar en léxico de corte y confección. Si bien entre remiendo y recompostura existe una diferencia de grado y de consistencia, lo cierto es que la actual dirigencia local requiere ser recompuesta en su arqui-textura; vale decir, en las condiciones arcaicas de su propia posibilidad. El problema es que carece de filiación. Más bien, no reconoce filiación. 

Se me podría acusar de usar las palabras de Raúl Allard para organizar una argumentación en provecho propio. En verdad, me tendrían que acusar de haber editado este libro a partir de la pregunta sobre la separación entre Saber y Poder, que viene a ser una expresión más del diagnóstico implícito que hace el propio Raúl Allard, encarnando él mismo en su persona un cierto modelo de servidor público de los que ya no se tiene memoria. Nobleza obliga, entonces, a reconocer el aporte que ha significado su obra pública en el desarrollo de una representación específica de la producción de ciudadanía, sin dejar jamás de sustentar su acción sobre un imaginario universitario que contribuyó con creces a su edición, montaje y permanencia. 


No fue casual, entonces, que al iniciar el acto de lanzamiento de Memorias de las ceniza,  Raúl Allard me hiciera obsequio de su libro Ambientes Múltiples (Testimonios de cinco décadas en el desarrollo de Valparaíso, Chile y America-Latina), publicado por RiL editores, Santiago de Chile, 2013.

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