jueves, 4 de diciembre de 2014

ADMINISTRADORES DE CARENCIA Y AGENTES DE RAPIÑA

En el texto anterior hice mención al hecho de que  las unidades de representación no-delegable son portadoras del eco perdido que tanto   los juristas y  los agentes de patrimonio recuperan como síntoma de sus propias carencias. No pueden reproducir la voz efectiva de las demandas que quisieran representar y deben conformarse con gozar del eco. 

El ícono de la-voz-del-amo (RCA Victor)  no remite a la escucha de una voz que reproduce la ausencia, sino que pone al animal frente al reflejo distorsionado de su propia cara en la superficie pulida de la bocina de amplificación.  Los no-garantizados se reconocen en  esa distorsión, que es patrimonio efectivo de su fuerza auxiliar, cuya  carencia  reproduce indicios de desestabilización en los mismos pliegues de la gobernanza local, introduciendo  -mal que mal- un factor indicativo para operaciones de justicia distributiva  que  recomponen su frente de lucha enunciativo  bajo el apelativo de “ agentes de participación ciudadana”. 

Las unidades de representaciones no-delegables, en el léxico guattariano, como lo he señalado en otros textos, adquiere el nombre de “no-garantizados”. Estos grupos de no-garantizados se convierten en una materia informable de acuerdo a los (d)efectos de presión de las fuerza auxiliares y de los agentes de rapiña del funcionariato local. 

Bajo la promesa inicial de subsidios de sobrevivencia, los agentes de rapiña tuvieron que abandonar a los no-garantizados y los obligaron objetivamente a reforzar su dependencia simbólica de las fuerzas auxiliares. 

Esto es como aquel parlamentario -hoy día socialista-, que para adquirir en su momento ascendente una determinada fuerza al interior del partido, promovió “por fuera” la formación de movimientos extra-parlamentarios que una vez que convirtieron su amenaza de masas en crítica de las armas cortas, fueron convenientemente abandonados. Lo que importa para mi argumentación es que el mencionado movimiento  de no-garantizados habían logrado instalarse como amenaza, rompiendo la tolerancia  retórica del enunciado  “en la medida de lo posible”. En el caso local, los agentes de rapiña ya habían convertido la posibilidad  de “constitución de ciudadanía” en probabilidad efectiva de “reparto” desproporcionado de magistraturas. De modo que los no-garantizados denunciaron esta operación de despojo voraz y de postergación de unas expectativas  borradas con las mangas de un traje mal cortado. 

En el espacio de manejo de la vulnerabilidad porteña, sin embargo, no ha habido paso a las armas, sino re/paso del discurso básico de corto alcance como arma,  garantizado por la asesoría jurídica de quienes les proporcionan el estatuto  de garras-de-gato especialmente adiestrados para sacar las castañas en su nombre.  Entonces,  un problema para la gobernaza local no reside en la amenaza efectiva de los no-garantizadas, sino en la tortuosa retórica  del diferimiento de representación, sostenida  en las sombras por los “administradores de carencia”  -en la figura de fuerza auxiliar- a la que ya me he referido.

Bajo esta nueva condición, lo que se denominaba “fuerza auxiliar” dejó de serlo, porque a la primera conversión de la amenaza en matonaje afectivo, entonces los no-garantizados fueron nuevamente  abandonados a su (mala) suerte, en el curso de un espectáculo triste de apropiación simulada del espacio público, haciendo pésimas rutinas de bufones afónicos en la plaza Aníbal Pinto o trasladando al Paseo Altamirano la paródica sonoridad  de su reparación insuficiente. 

Entre tanto, las consultoras se funcionarizaron y las universidades se consultorizaron, desplazando la disputa de fondos concursables hacia la tercerización adecuada  de la producción de conocimiento, sin tener otro horizonte que obtener una porción significativa de la cartera de mitigaciones que encuadra las expectativas de las profesiones asociadas. 


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